La precariedad es más llevadera cuando alguien te llama colega con ternura

Por: Carla Huidobro

Hay días en que no doy más.
No me alcanza el tiempo,
ni la beca,
ni el cuerpo.

Reviso mi cuenta y no cuadra.
Reviso mi agenda y me abruma.
Reviso mi reflejo
y apenas me reconozco.

Entonces, suena un mensaje:
¿Cómo vas?

Y algo se ablanda.
Algo se acomoda.
Algo, incluso, se perdona.

No es solo lo que dicen.
Es cómo lo dicen.
Ese tono que no se aprende en comités,
ni se redacta en artículos indexados.

Ese tono que no presume títulos,
que no exige nada,
que solo quiere saber

si ya comiste,
si dormiste algo,
si necesitas que te cubran una clase.

Cuando alguien te habla con ternura,
no te salva del agotamiento,
pero te rescata del silencio.
De ese silencio seco,
competitivo,
que pesa más que cualquier deadline.

Porque en esta vida académica
llena de jerarquías disfrazadas,
de egos maquillados con citas,
de métricas que no abrazan,
un gesto de cuidado
vale más que cualquier convocatoria ganada.

¿Cómo estás?
Y esa pregunta,
cuando nace de la ternura,
ya no es fórmula vacía.

Es pacto.
Es resistencia compartida.
Es te veo.
Es yo también estoy aquí, a pesar de todo.

La precariedad no se va.
Claro que no.
Pero se vuelve menos feroz

cuando alguien te habla con ternura,
como quien dice:
te acompaño.

Y ese acompañamiento,
aunque no pague renta,
sostiene el alma.

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