El progreso destruye
Luis Álvarez
Desde tiempos ancestrales hemos creído que la palabra progreso es un término bueno, que habla de las innumerables maravillas que el ser humano ha hecho desde su uso de la razón; sin embargo, no siempre esta palabra está ligada a algo positivo. ¿Por qué?
En el aspecto cultural, nos plantea una paradoja: “El ser humano siempre está en la búsqueda de mejorar su calidad de vida mediante el progreso”; sin embargo, ese mismo progreso puede llegar a terminar con todo aquello que le da sentido o equilibrio a la existencia.
Se ha examinado que los países en desarrollo relajaron sus reglamentaciones ambientales para atraer inversión extranjera y permitir al inversor trabajar con la tradición y la tecnología obsoleta, perjudicial para el medio ambiente.
En sentido crítico, esto nos indica cómo los avances tecnológicos, económicos o urbanos, en muchas ocasiones, provocan la destrucción del medio ambiente, de culturas y tradiciones, e incluso de vínculos humanos. Uno de los ejemplos más grandes es el de la industrialización, la cual generó un crecimiento económico sin precedentes, mientras que, por otra parte, la contaminación y la desigualdad aumentaron de forma descontrolada, afectando la calidad de vida de muchas personas y desequilibrando la evolución natural del planeta.
Este tipo de progreso, aunque impulsó el desarrollo de muchas naciones, también trajo consigo una profunda brecha social, en la cual muy pocos se beneficiaron del avance, mientras muchos otros quedaron rezagados. De esta forma, el progreso mal dirigido demuestra que no todo crecimiento es sinónimo de bienestar, y que el verdadero desarrollo debería buscar la sostenibilidad, la equidad y el respeto por el entorno que nos rodea.
“El progreso destruye” significa que el desarrollo implica sacrificar una parte del bienestar: cada mejora o innovación puede conllevar una pérdida. Por ello, es importante aprender a equilibrar el crecimiento con la preservación del bienestar y la armonía.

