De una mujer a otras
Aldaena Ailyn Alvarado Alvarado
Ser mujer en México exige fuerza, claridad y carácter. Lo aprendí desde mis dos mundos: el hogar que me formó y la ciudad donde elegí continuar mi camino. Ser mujer lejos de casa no fue una experiencia de miedo, sino una prueba de autonomía, una oportunidad para reafirmar quién soy.
Crecí observando a mujeres que sostenían la vida cotidiana con disciplina y ternura. Ellas lo hacían todo: mantenían el orden, cuidaban a la familia y encontraban en los detalles una forma de dignidad. De niña no entendía por qué asumían tanto, hasta que mi madre me dijo: “Porque somos mujeres, y así se construye”. Con el tiempo comprendí que esa frase no hablaba de obediencia, sino de resistencia silenciosa.
En casa, las diferencias entre mi hermano y yo eran evidentes. Él salía sin restricciones; yo debía justificar cada salida. No era por debilidad, sino por una estructura social que aún mide con distinta vara a hombres y mujeres. Con los años aprendí a caminar con la cabeza en alto, a no bajar la mirada ante la incomodidad ni aceptar la costumbre de que se cuestione nuestra presencia en los espacios públicos.
He estado en lugares donde la atención masculina incomoda, donde los límites se confunden, pero también he aprendido a marcar esos límites con firmeza. No desde el miedo, sino desde la conciencia de mi propio valor. No todas las experiencias son fáciles, pero ninguna me ha quitado el orgullo de ser quien soy.
Vivir fuera de casa me enseñó independencia. Aprendí a tomar decisiones, a cuidarme, a construir redes con otras mujeres que, como yo, buscan abrirse camino sin pedir permiso. A veces el aprendizaje llega con sustos, otras con la satisfacción de haber actuado bien. Pero siempre llega.
Hoy sé que ser mujer en cualquier lugar implica una responsabilidad compartida: cuidar, acompañar, no quedarnos calladas. No porque seamos vulnerables, sino porque somos parte de una historia que cambia con cada voz que se atreve a decir “aquí estoy”.
Levanto la voz con serenidad y orgullo, no desde el miedo, sino desde la fuerza de saberme parte de una generación que transforma lo que toca.