No me desaparecí: me devoró el PowerPoint
(Y salí de ahí con menos alma pero más transiciones)
No fue desamor,
ni crisis,
ni olvido.
Fue PowerPoint.
Así, sin más.
Abrí la computadora con la mejor intención:
"hago las diapositivas rápido y luego descanso."
Mentira.
Mentira maldita.
Entré a ese infierno blanco
con un tema claro
y salí tres días después
con 87 slides,
doce fuentes distintas,
y una sospecha seria de que el contenido…
aún no se entiende.
Porque PowerPoint no es una herramienta.
Es una dimensión paralela.
Un pantano visual
donde cada ajuste de formato
te traga media hora.
Donde cada cambio de color
te lanza al dilema ético
de si el rojo es agresivo
o simplemente honesto.
El PowerPoint me devoró.
Y no dejó rastro.
Me tragó entre viñetas animadas,
imágenes que no cargaban,
y cuadros de texto que decidieron moverse solos.
Me perdí ajustando interlineado,
buscando gifs “académicamente responsables”,
y traduciendo teoría densa
a algo que al menos parezca amable
cuando lo vea el alumnado
el viernes a las seis de la tarde
con cara de “¿por qué nací?”
No me desaparecí.
Estaba peleando con los márgenes.
Luchando por una narrativa visual
que no hiciera llorar.
Intentando hacer que Heidegger
se vea bien con fondo lavanda.
Y aún así,
me juzgas por no contestar el WhatsApp.
Hermana,
estoy en guerra contra el formato.
No me hables de productividad
cuando vengo de ajustar
seis títulos por milímetro.
No me desaparecí.
Me devoró el PowerPoint.
Y si alguna vez salgo de aquí,
prometo volver a la vida.
Pero primero,
déjame encontrar
la maldita tipografía correcta.