Indiferencia y dolor infantil
Por Carla Huidobro
El abuso sexual infantil en México no es solo una tragedia individual: es una grieta moral que atraviesa al país entero. Detrás de cada cifra hay un niño que dejó de reír antes de tiempo, una mirada que aprendió a desconfiar, una historia que se volvió silencio. El problema persiste no por falta de leyes, sino por la indiferencia que las vuelve inútiles. Un sistema saturado de trámites, recursos insuficientes y discursos vacíos ha permitido que el dolor se normalice y que la impunidad se repita como un eco insoportable.
En medio de este panorama, la educación podría ser la llave que aún no nos atrevemos a usar. No basta con mencionar el tema en los libros de texto: necesitamos programas que nombren lo innombrable, que enseñen a los niños que su cuerpo les pertenece y que formar adultos responsables es tan urgente como enseñar matemáticas. Educar es también proteger. Prevenir el abuso no significa infundir miedo, sino construir una cultura de respeto y autocuidado donde el silencio deje de ser costumbre.
Las organizaciones civiles que trabajan en este terreno lo saben bien: la lucha es desigual y solitaria. Por eso urge tejer redes comunitarias, alianzas entre escuelas, familias, autoridades y profesionales de la salud. La protección infantil no puede seguir siendo una tarea aislada; debe convertirse en un compromiso colectivo. Más que leyes, necesitamos ética. Más que protocolos, necesitamos empatía.
Hablar de abuso sexual infantil es, en el fondo, hablar de quiénes somos como sociedad. Cada caso silenciado es una renuncia a nuestro deber más básico: cuidar la vida. No se trata de cifras, sino de futuro. Actuar hoy no es un gesto de justicia tardía, sino de supervivencia social. Porque un país que no protege a sus niños no se construye: se desmorona lentamente.
El día en que cada niño en México pueda crecer sin miedo —en escuelas seguras, en hogares donde la ternura no sea excepción—, podremos decir que empezamos a saldar nuestra deuda. Hasta entonces, escribir, educar y denunciar seguirá siendo una forma de resistencia. Una manera de recordar que la infancia no se defiende con palabras, sino con acción.

