Por: Liborio Méndez Zúñiga

San Marcos, el río que no lleva agua pero que suena, desde que dio vida a la gran acequia que abastecía a la ciudad —hoy avenida Francisco I. Madero.

El que, durante años, tuvo cruces improvisados sobre troncos por los cuales transitábamos quienes salíamos de la Mainero y otras colonias para ir al centro de la ciudad, al cine, a los bailes de la Sección 22 o al Pedregal.

El que delimita un corredor urbano natural de biodiversidad en la capital de Tamaulipas, cercano al emblemático Paseo Méndez.

El que tiene a sus lados dos ejes viales que cruzan la ciudad, y que, además de avenidas, también han devenido en asiento de casas habitación, oficinas públicas, negocios y centros educativos.

El que desborda los vados cuando crece.

El que brinda su cauce con soberbios árboles.

El que también recibe toda clase de residuos, orgánicos e inorgánicos, de sus vecinos victorenses y avecindados.

En fin, el río que la Madre Natura dotó para que el hombre formara un asentamiento que hoy alberga a medio millón de habitantes, que a veces lo llaman San Piedras porque no lleva agua… aunque saben que, si viene un ciclón, ¡puede salirse de madre!

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