La Magia de Ser Ecléctico
Por: Carla Huidobro
El ser humano es ecléctico por naturaleza. No como un eslogan de sobremesa, sino como una verdad que late bajo la piel. Somos la suma de cosas que no deberían convivir, pero lo hacen. Un inventario de luces que no iluminan igual, de sombras que no siempre asustan. Un ruido que se parece a la música porque insiste en seguir sonando.
Recolectamos —desde siempre— lo que encontramos a mano: frutos, historias, fragmentos de otros. Todo lo que amamos lo mezclamos con lo que no entendemos. Así nos construimos, con trozos prestados y con heridas propias. El arte es la huella de ese intento: un espejo quebrado donde buscamos reconocernos sin miedo a los bordes. No hay pureza posible. Solo combinaciones, ecos, repeticiones.
También en lo cotidiano somos mezcla, aunque no lo pensemos. Comemos lo que crece cerca y lo que viene de lejos. Bailamos lo que recordamos y lo que está de moda. Nombramos el mundo con palabras que no son nuestras y aun así nos pertenecen. Somos herederos de muchas lenguas, muchas manos, muchos dioses. Un mosaico que respira sin pedir permiso.
Pero la mezcla cansa cuando el mundo exige definiciones. Nos reparten etiquetas, nos obligan a elegir una versión fija de nosotros mismos, y olvidamos que la identidad es un tránsito. Que somos puente, no muro. En la búsqueda de pureza, se nos olvida lo humano: la duda, el temblor, el derecho a contradecirnos.
Reconocer la propia hibridez es una forma de rendirse ante la evidencia: no tenemos todas las respuestas. Habitamos una verdad movediza, y en eso hay belleza. La fragilidad no nos resta, nos humaniza. Nos permite mirar al otro sin pretensión de certeza, con curiosidad en lugar de miedo.
El ser humano es ecléctico porque arrastra lo que fue, lo que es y lo que aún no sabe ser. Somos la historia que nos contó alguien más y la que todavía no nos atrevemos a escribir. Un conjunto de fragmentos que, al unirse, forman algo que no es perfecto, pero sí vivo. Celebrar esa mezcla no es resignarse al caos: es aprender a respirarlo. Porque la vida, al final, solo tiene sentido cuando dejamos de buscarle uno.

