La trampa de la mediocridad: cómo la falta de disciplina está destruyendo la educación
Por: Carla Huidobro
Nos hemos engañado a nosotros mismos. Hemos permitido que la narrativa de la flexibilidad sea utilizada como un arma para justificar la pereza, la apatía y la falta de responsabilidad. En nuestras escuelas y universidades, se ha institucionalizado una cultura del «todo vale», donde los estándares de disciplina son continuamente erosionados en nombre de una supuesta empatía. Pero, ¿empatía hacia quién? Porque, desde luego, no es hacia los maestros, ni a aquellos estudiantes que sí se esfuerzan, que sí respetan las reglas y que sí quieren aprender.
No nos engañemos: no podemos elevar los estándares académicos mientras seguimos bajando el listón de la disciplina. Es como querer construir un rascacielos sobre un pantano. La educación requiere cimientos sólidos, y esos cimientos son la responsabilidad, el esfuerzo y el respeto por el entorno de aprendizaje. Cuando permitimos que la indisciplina se normalice, cuando justificamos conductas disruptivas o minimizamos las consecuencias de la apatía, estamos destruyendo esos cimientos.
El resultado es evidente: generaciones de estudiantes que no solo carecen de conocimientos fundamentales y aparato crítico, sino también de las habilidades básicas para enfrentarse a la vida. Jóvenes incapaces de aceptar observaciones, de manejar un fracaso o de cumplir con una simple norma.
¿Qué mensaje se les está enviando? Si se les dice que las reglas son opcionales, que el esfuerzo no es necesario, que el respeto a los demás es negociable. Que el mundo les debe todo simplemente por existir. Pero el mundo real no funciona así, y cuando estos jóvenes se enfrenten a la brutal realidad, estarán completamente desarmados.
El problema no es solo de los estudiantes. Es de los padres que prefieren justificar a sus hijos en lugar de guiarlos. Es de los educadores que, por miedo a represalias o por simple agotamiento, han renunciado a exigir disciplina en sus aulas. Y, sobre todo, es de un sistema que prioriza los números en sus cuentas bancarias por encima del aprendizaje real.
El discurso políticamente correcto ha hecho que señalar estos problemas sea casi un acto de rebelión. Nos acusan de ser insensibles, de no entender las circunstancias de los estudiantes. Pero, ¿es realmente empatía permitir que se hundan en la mediocridad? ¿Es justicia social dejarlos sin las herramientas necesarias para triunfar?
No, la verdadera empatía es establecer límites. La verdadera justicia es exigirles lo mejor de sí mismos. Y la verdadera educación no es solo enseñar contenidos, sino formar ciudadanos responsables, resilientes y preparados para la vida.
La comodidad de hoy es el desastre de mañana. Y eso, no podemos seguir permitiéndolo.